89% de la ciudadanía arequipeña no cree que los problemas cotidianos se resolverán

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89% de la ciudadanía arequipeña no cree que los problemas cotidianos se resolverán

  • XVIII aniversario de la Facultad de Ciencias y Tecnologías Sociales y Humanidades

  • Discurso de Orden estuvo a cargo del Mg. Federico Rosado Zavala Director de la Escuela de Publicidad y Multimedia


Aníbal Quijano Obregón nació en el distrito de Yanama, provincia de Yungay-  Ancash en 1930.

Hace 25 días murió, esto es el 31 de mayo.

Perdonen que empiece de esta manera, pero como dice Hugo Neira, en el Perú tenemos una cultura de cementerio.

Y aun cuando el tema del discurso de orden por 18 años de creación de Nuestra Facultad no está tan distante de Quijano, es un imperativo ético y académico hacer una referencia al intelectual peruano más reconocido y acreditado en la esfera universitaria internacional.

Efectivamente, en el Perú, nadie es profeta en su tierra.

Para ser dialécticamente contradictorio, he preferido utilizar dos referencias peruanas para perfilar la tesis del profesor Quijano.

Sinesio López, señala que Aníbal se ubicó en el lugar de los que perdieron en la historia, de los conquistados, de los discriminados, de los excluidos, de los dominados y de los explotados.

Su muerte es una gran pérdida sobre todo para los seguidores del pensamiento crítico latinoamericano.

Estudió historia y sociología; postuló la tesis que abría una nueva comprensión en el campo de las identidades: La emergencia del grupo cholo en la sociedad peruana.

Por su parte, el profesor Gonzalo Portocarrero complementa la perspectiva teórica de este peruano. Dice.


Quito, Ecuador. 25 de agosto de 2015. El Canciller Subrogante, Xavier Lasso inaugura el III Congreso Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales, que se realiza en Quito en las instalaciones de FLACSO Ecuador, como parte de la evento se destaca la ponencia magistral del Sociólogo Peruano, Aníbal Quijano. Carlos Pozo / Cancillería Ecuador


La obra de Aníbal Quijano representa un nuevo y fecundo punto de partida para comprender la sociedad peruana y, más en general, el llamado Tercer Mundo.

Interrumpo la reseña de Portocarrero, para señalar: el profesor Quijano en su afán de descubrir las causas de la realidad peruana, no solo las encontró, si no que éstas resultaron significativas para entender el poder y hoy son tan vigentes como principios vectores de análisis. Opino, tal vez en la medida del marxismo como método para razonar.

Regreso a Portocarrero.

Será necesario mucho tiempo y esfuerzo para desentrañar todas las consecuencias sobre la visión de la historia y del presente que su obra conlleva.

No en vano Quijano es el científico social más conocido de América Latina. Uno de sus artículos clásicos (“Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”) aparece citado 3.765 veces en publicaciones que son hasta ahora básicamente académicas pero cuyas ideas se comienzan a infiltrar en el sentido común y en el lenguaje cotidiano.

El concepto más novedoso y potente de los elaborados por Quijano es “colonialidad del poder”. Un término que puede sonar como extraño y forzado pero que se va abriendo paso en el lenguaje de las ciencias sociales de la misma manera que sucedió con “género” y “empoderar”, que suenan ahora familiares pese a que cuando aparecieron fueron resistidos como innecesarios, exóticos y desagradables al oído.

La colonialidad del poder es el fundamento oculto de la organización social moderna.

Entonces lo que aparece como concepción nueva y emancipatoria tiene una raíz antigua y opresiva que ni siquiera alcanzamos a ver, menos aún definir. Lo moderno se define a partir de la invisibilización de lo tradicional.

En verdad, nos dice Quijano, la organización social moderna está basada en la idea de raza que surge de la fusión entre el horizonte moderno de celebración del futuro y la pervivencia subterránea de las creencias más retrógradas. En el siglo XVI se conforma este ensamblaje de ideas y sentimientos que hasta ahora nos acompaña, pues sigue siendo la base de nuestra manera de entender el mundo.

En términos históricos se trata del acoplamiento de dos maneras excluyentes de percibir lo indígena. En la primera, lo indígena es visto a través del prisma de la diferencia, como perteneciendo al reino de lo animal. En la segunda, se le define como criatura de Dios y, por tanto, igual en derechos que todos los demás seres humanos.

Ese es el célebre debate entre Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas.

La importancia de la contribución de Quijano al autoconocimiento de la sociedad peruana irá adquiriendo mayor visibilidad cuanto más tomemos conciencia del trasfondo colonial de nuestro mortificado país.

Termina Portocarrero.

Y culmina no este homenaje, es algo más sencillo, el profesor Quijano requiere que sus ideas se prolonguen, no como dogmas o estándares inmóviles si no como aquello a lo aspira el teórico, término sobre el cual retornaré; esa aspiración es la negación, profundización, recreación o creación, precisamente del conocimiento; que para eso estamos, dicho sea de paso, las universidades.


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Ahora sí, me concentraré en mi tema.

El profesor italiano Antonio Gramsci, advertía.

No hay actividad humana de la que se pueda excluir toda intervención intelectual, no se puede separar el ‘homo faber’ del ‘homo sapiens’. Cada hombre, considerado fuera de su profesión, despliega cierta actividad intelectual, es decir, es un ‘filósofo’, un artista, un hombre de buen gusto, participa en una concepción del mundo, tiene una consciente línea de conducta moral, y por eso contribuye a sostener o a modificar una concepción del mundo, es decir, a suscitar nuevos modos de pensar.

Procuraré demostrar la sustantividad de personas como nosotros y la traza del intelectual.

Como desenlace de los quehaceres en el periodismo y en las encuestas, y en modo conceptual en construcción, inferí que una persona promedio en esta ciudad interpreta cuatro rasgos: es desinformada, desinteresada, desorganizada y resignada.

Así, ésta es la sociedad de la precarización, en la que el ser humano renuncia a sus libertades y se flexibiliza mostrándose descontracturado ante la realidad.

ֹÉsta es la sociedad anómica de Durkheim, la sociedad disciplinaria de Michel Faucault, la modernidad líquida de Zygmunt Bauman, la sociedad teledirigida de Sartori o para regresar a Quijano, la sociedad colonial.

En encuestas que estamos completando en la Unidad de Encuestas de nuestra universidad, adscrita al Vicerrectorado de Investigación, tenemos datos iniciales.

En la ciudad de Arequipa:

83% no conoce cuál es el proyecto regional más importante.

85% de la población no se informa diariamente sobre la realidad arequipeña.

En promedio, 87% tiene información inacabada o tergiversada sobre temas centrales de nuestra problemática elemental.

89% de la ciudadanía no cree que los problemas cotidianos se resolverán.

El 92% manifiesta descalificación respecto de la capacidad de gobierno local y departamental.

Un 91% descarta la probabilidad de reclamar por la vulneración de algún derecho del consumidor.

80% nunca iría a la comisaría a presentar una denuncia si padece de robo.

El 39% de los arequipeños pertenece a alguna organización, solo el 7% participa efectivamente en ella, porque declara que para eso hay una directiva.

El liberal peruano Alfredo Bullard expone sobre esta cuestión con agregados míos.

“Douglas North, uno de los premios Nobel de Economía más influyente de las últimas décadas tuvo el gran mérito explicarnos como los seres humanos lidiamos con la incertidumbre.

Como bien argumenta North, la reducción de la incertidumbre determina nuestro desarrollo. Conocer cuáles son las consecuencias de nuestros actos es el primer paso para que nos orientemos a mejorar nuestra forma de vivir. Y son las llamadas instituciones las que reducen esa incertidumbre.

Las instituciones o la tan aludida institucionalidad son reglas de juego, creadas por mecanismos espontáneos de interacción y alimentadas por las ideas de las personas. Algunas son recogidas en leyes escritas, otras son simplemente producto de la cultura y los valores. En cualquier caso, necesitan de un mecanismo que haga cumplir esas reglas.

Los países con institucionalidad desarrollada tienen ciudadanos que enfrentan menor incertidumbre. Pueden salir a la calle sabiendo que es poco probable que los asalten. Saben que luego de una elección política no llegará un vesánico al poder. Y, si llegara uno, saben que las reglas contendrán sus locuras. Saben que la gente llegará puntual a las reuniones y que en general se respetará la palabra empeñada. Saben que un bus no cambiará intempestivamente de carril o un taxi no se detendrá en medio de la pista para recoger pasajeros. Son cosas sencillas, pero que tienen un alto Impacto en nuestras vidas.

La institucionalidad libera buena parte de nuestra energía de tener que lidiar con la incertidumbre y permite dedicarla a actividades realmente productivas y que nos generan bienestar”.

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Casi a modo de conclusión, Chomsky anota: “La población en general no sabe lo que está ocurriendo, y ni siquiera sabe que no lo sabe”.

En el imperio de precarización surge la imagen del intelectual de las ciencias sociales, aunque esto pueda resultar un oxímoron.

El ya citado Portocarrero ensaya una definición de éste.

El intelectual elabora ideas de un tema de debate público, desde una posición imparcial, lúcida y conveniente.

El intelectual estructura y consolida el ejercicio de la crítica y el raciocinio.

Su creación, sus ideas generarán ilusiones razonables, es decir, un optimismo prudente, un entusiasmo meridiano ante la problemática.

El quehacer del intelectual procede con ética y nunca contra el bienestar colectivo.

Su compromiso es con los valores, con la estética, la creatividad y siempre con la libertad.

El intelectual es un teórico, termino con el que se pretende descalificar so pretexto de que se carece de experiencia profesional.

La frase es: “ése no sabe, es un teórico”.

Lo cual es incompletamente cierto.

Un profesional es un semintelectual, preteórico, lo cual no tiene nada de malo. Lo malo es afirmar que el teórico, por la aparente mera situación de solo saber teorías, es menos, está desacreditado.

De repente, por eso, es que imponemos una praxis mal concebida, extremadamente utilitaria, en la que lo único que vale es una interminada rentabilidad, carente de ética y fundamento de las ideas.

Frente al intelectual se muestran dos categorías: el ideólogo profesional (qué ironía) y el crítico desencantado.

El ideólogo profesional ensambla un discurso pastoral, que simplifica la realidad, descarta la probabilidad de opciones alternativas, por lo general actúa por encargo.

Alquila la objetividad, arrienda el desapasionamiento, desaloja la ecuanimidad.

Su estrechez de miras hace que todo se reduzca a su visión.

Es la era de la postverdad, término inventado por Ralph Keyes, en la que el mandamiento es según Antonio Caño: “solamente creo la información que me hace sentirme más cómodo con mis prejuicios”.

Mientras tanto, el crítico desencantado es una estampa atractiva.

El crítico desencantado se solaza en el escepticismo, cualquier ilusión o idea es para él una ingenuidad, un candor.

Su pesimismo sabe a garantía de inteligencia.

Debo confesar que muchas veces en el afán de exhibirme como intelectual he profesado el desencanto, que da réditos, pero que nunca suma, ni integra.

Solo es una gimnasia vanidosa y nociva.

El desencanto, y no es justificación lo que vaya decir, es un proceder terminal de la frustración y de la volubilidad.

Y dicho ante este auditorio muy mayoritariamente joven, acaba siendo todo esto un acto de fe, hasta de reconciliación con nuestra universidad.

Ahora que uno asume la vejez como próximo proyecto parece que la esperanza o mejor aún la utopía es un legítimo sueño en el que no tendremos protagonismo, aunque ojalá asumamos la presencia de testigos.

Lo que ciertamente es un poco triste pero como expresaba el cantor “hay pupitres que esperan otra infancia”.

Finalizaré… con una breve historia cuya primera parte es muy conocida, pero cuya segunda es… mejor la pequeña narración.

Diógenes, el filósofo griego se encontró con Alejandro Magno cuando este se dirigía a la India. Bueno, se encontró es un decir…

Era una mañana de invierno, soplaba el viento y Diógenes descansaba a la orilla del río, sobre la arena, tomando el sol desnudo…

Por fin lo había encontrado, así que le dijo: “Señor… “- jamás había llamado “señor” a nadie en su vida- “… señor, me ha impresionado inmensamente. Me gustaría hacer algo por usted. ¿Hay algo que pueda hacer?”

Diógenes dijo: “Muévete un poco hacia un lado porque me estás tapando el sol, esto es todo. No necesito nada más.”

Normalmente se cuenta hasta aquí este breve episodio entre Alejandro Magno, Rey de Macedonia cuyas conquistas y extraordinarias dotes militares le permitieron forjar, en menos de diez años, un imperio que se extendía desde Grecia y Egipto hasta la India.

Y, Diógenes, Diógenes de Sinope, llamado el Cínico. Filósofo griego. Discípulos más destacados de Antístenes, fundador de la escuela cínica, aunque esto no es tan… mejor dejarlo ahí, porque es un tema que merecería otro escenario.

Así prosigue el relato.

Alejandro contestó: “Si tengo una nueva oportunidad de regresar a la tierra, le pediré a Dios que no me convierta en Alejandro de nuevo, sino que me convierta en Diógenes”.

Diógenes rió y dijo: “¿Quién te impide serlo ahora? ¿Adónde vas? Durante meses he visto pasar ejércitos ¿Adónde van, para qué?”.

Alejandro respondió: “Voy a la India a conquistar el mundo entero”.

“¿Y después qué vas a hacer?”, preguntó Diógenes.

Alejandro le dijo: “Después voy a descansar”.

Diógenes se rió de nuevo y le habló: “Estás loco. Yo estoy descansando ahora.

No he conquistado el mundo y no veo qué necesidad hay de hacerlo. Si al final quieres descansar y relajarte ¿Por qué no lo haces ahora? Y te digo: Si no descansas ahora, nunca lo harás. Morirás. Todo el mundo se muere en medio del camino o en medio del viaje”.

Con la sinceridad de siempre, me pregunto… ¿dónde estaré? ¿A la mitad del camino… o a la mitad del viaje? Ustedes, ¿dónde quisieran estar?