Con el Domingo de Ramos entramos propiamente a la Semana Santa, última etapa de la Cuaresma. Este tiempo no solo es el término, sino la culminación de los 40 días de preparación cuaresmal.
En esta semana la Iglesia nos propone vivir en realidad toda la historia de la Salvación. Se inicia con la revelación del amor de Dios, encarnada en Jesús, el Cristo, aclamado en su entrada, a la vez triunfal y humilde, en Jerusalén. Luego recordamos nuestro rechazo del don de amor de Dios, en la Pasión, donde participamos del Vía Crucis y la celebración austera del Viernes Santo.
El teología, Bruno Van Der Maat, señaló que en la Vigilia Pascual celebramos la Resurrección del Señor. En el transcurso de la Semana Santa, Jesús nos deja además el sacramento de la eucaristía y del servicio, alimento y fortaleza del cristiano. Así recorremos en una semana toda la trayectoria del cristiano, desde la Encarnación hasta la Redención en Jesús.
Para el especialista, la Semana Santa no es una mera semana corta, una semana para tomar vacaciones y para descansar. Es una semana de intensa relación con Dios a través de la oración y de la participación comunitaria de la liturgia tan rica a la cual nos invita la Iglesia.
Es una semana de reflexión y de agradecimiento a Dios por su oferta gratuita de salvación. También es una semana de reconocimiento de quiénes somos nosotros frente a Dios y frente a los demás.
Es una semana para tomar conciencia de nuestros errores, de nuestro rechazo del don de Dios, de nuestros pecados frente a los demás. Pero no es una semana trágica, sombría, porque Jesús nos recuerda la misericordia de Dios y su oferta de salvación: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23,43). La promesa firme precede la propia resurrección. Podemos confiar en esta promesa del Señor. Con su muerte y resurrección nos abre la promesa de la vida eterna.