Juan 3:16-17 nos dice: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvado por él.”
Cuánta emoción y alegría sentimos los cristianos por la llegada de esta inolvidable fecha que es la Navidad. Un belén que nos reconforta y un renacimiento de Jesús, el Salvador que nos ilusiona. Y es que la Navidad es encuentro, vida y esperanza; es el renacer a una nueva existencia; es la fuente de nuevas esperanzas; es el inicio de nuevos alientos; por ello celebramos con inmenso regocijo la venida de Jesús, cada 25 de diciembre, según el rito católico y lo celebramos con la fe en el futuro.
Es, en la Navidad, cuando los sentimientos colectivos de fraternidad, amor y amistad afloran desde lo más profundo de nuestro ser. Las familias se reúnen con alborozo, entusiasmo y júbilo; padres e hijos se abrazan en un encuentro de corazón a corazón; la casa se ilumina abrasadoramente con las luces de la esperanza; y, en este encuentro, nos deseamos una feliz navidad pidiendo a ese niño, recién nacido, nos ilumine en toda circunstancia, nos inspire hermosos sueños y nos permita alcanzar nuevos anhelos personales.
Ese Jesús, recién nacido, vino al mundo para cambiar lo que tenía que cambiar; vivió en la humildad y no en la riqueza; pregonó su palabra y la acompañó con hechos; nos otorgó lucidas enseñanzas, a través de parábolas; nos instruyó para que aprendamos a recorrer y transitar por el mundo; nos enseñó a mirar la pobreza con rostro humano; nos educó en el amor a los niños; nos adoctrinó en principios de vida sólidos; nos aleccionó en el encuentro armonioso y en la fraternidad universal y nos preparó para que seamos partícipes de la vida y no de la muerte.
Es costumbre, en nuestro medio y en el mundo, intercambiar regalos. El regalarse unos a otros tiene mucho más significado del que podemos imaginar; pues lo más importante reside en el hecho de entregar algo que simbólicamente represente nuestros deseos en fechas de amor y esperanza. Es el recordar a nuestros seres queridos lo importantes que son para nuestra vida y lo mucho que los amamos.
La parte material del regalo no es lo importante; la parte más bella es el deseo que se tiene para que la persona pueda sentir la energía del amor que va en él.
Por eso, los regalos son: intercambio, reciprocidad, encuentro, acercamiento; y si la vida nos da la oportunidad de regalar a quien lo necesita -sea un indigente o menesteroso; una madre abandonada; un anciano desposeído del amor de los suyos; y, sobre todo, un niño atenazado por la pobreza y la necesidad- entreguémosle un regalo de corazón que alivie y matice sus necesidades. Pero, igual, regalemos a Jesús nuestro compromiso de lealtad para que seamos hombres de bien.
Hoy 22 de diciembre recordamos la partida del Padre Morris al lado del Señor, nuestro fundador nos dejó como legado nuestra Universidad Católica de Santa María, qué maravilloso regalo que nos dio, a la comunidad universitaria y a nuestra querida Arequipa. Gracias Padre Morris.
En esta Navidad, y a nombre de mis Vicerrectores y mío propio, deseamos, a todos ustedes, una feliz Navidad en compañía de sus familiares y amigos y que el Divino Niño que renace, nos siga acompañando en nuestros quehaceres; nos ilumine en los momentos difíciles y nos una en el engrandecimiento de nuestra casa de estudios.
Gracias a todos ustedes y feliz Navidad y un próspero Año Nuevo de 2018.
Dr. Alberto Briceño Ortega
Rector de la Universidad Católica de Santa María