El insigne arequipeño y Doctor en Literatura y Lingüística Tito Cáceres Cuadros, tuvo a su cargo la presentación de “Luminosos Senderos” del docente santamariano Juan Carlos Valdivia Cano, acto que tuvo lugar en el Auditorio de la casa del Corregidor Abril y Maldonado de la Universidad Católica de Santa María.
Presentar un libro de un buen escritor, quien decide reunir algunos artículos ya impresos para darles un hilo conductor a través del cual el lector halle la luz, es siempre gratifican te, porque nos enfrenta a un obra, aparentemente dispar, donde, más que los temas, nos hallamos ante una trayectoria intelectual que se manifiesta, precisamente, en su diversidad.
Con Juan Carlos Valdivia Cano nunca hemos cultivado relación alguna, menos cercana a la amistad, pero siempre he apreciado su talento y diversidad cada vez que he leído algo de él o he escuchado sus intervenciones oportunas y polémicas, como debe ser la intromisión de una culta apreciación de los hechos a la luz de su pensamiento. Estoy seguro que tenemos algunas afinidades artísticas, por lo que veo, la música, el cine, la literatura o la filosofía, pero ahora se trata de presentar su libro y me dedico a ello.
La selección ha sido rigurosa y aunque la temática sea diversa, pienso que es un libro de homenajes que nos hablan de su admiración por iconos culturales de nuestro tiempo y nuestro medio. En cada uno va deslizando su cosmovisión particular y ·hasta sus pasiones como es el caso inusitado de Tardan donde el talento y el físico dan lugar a una apología pindárica, que es la propia experiencia del autor, su proyección en el dominio del músculo y la plasticidad. Es notable el cuidado y el tono admirativo ante el inmenso poeta que fue
Oquendo y Amat cuya breve existencia contrasta con la enormidad de su leyenda y la inagotable vena lírica que inicia una revolución formal y estética. De allí el sentimiento puro frente a otro escritor tan fugaz como una estrella errante, en aquel alumno suyo, descendiente de Amat donde el tono elegiaco ha de conmover al lector.
La historia misma, ciencia y arte de la realidad, es abordada en un bloque más sólido, quizás el núcleo del libro, porque siempre es polémico más que fascinante regresar al pasado y vedo a través de quienes han escogido la revisión de los orígenes de un pueblo e interpretar a través de ellos el futuro mediato, cuando no la idiosincrasia de una nación. Basadre inaugura la serie y nos alecciona sobre la ética (no siempre filosófica) no atada a dogmas sino coherente y constante como norma de vida, estos nos muestra nuestro autor y lo destaca en el pensador que fue y no mero compilador de fuentes, por eso se postula a descongelar su pensamiento y darle la dimensión más que nacional que merece. Lo mismo pasa con Vigil, no lo suficientemente valorado a quien hay que reconocer, como hacedor de la patria, cuando la voz de la libertad se encarnó en sus arengas, porque enfrentó a los poderes ideológicos y políticos de un país inmaduro. El mismo entusiasmo lo lleva a presentar al Deán Valdivia como cura volteriano, un alma escindida entre su vocación religiosa y su íntima convicción de librepensador. Cuando se trata de Mostajo apela a la doble vertiente de su propia personalidad, es decir entre el estudioso de la literatura y la historia y el Derecho, así con mayúscula, donde el jurista aporta su versación en las leyes y códigos aparentemente áridos sino se lo confronta con el sustratum filosófico que los ha originado. Mostajo trasciende esos campos cuando asume el caudillismo de un pueblo que lucha por su libertad y contra el abuso del poder central, de la misma manera como el Deán historió las revoluciones de Arequipa en el siglo XIX.
Dos artículos suyos enfrentan la cortesía y la admiración por otro historiador, como Eusebio Quiroz, con la entusiasta visión de alguien a quien desconocíamos en parte, Fernando de Trazegnies, del cual ignorábamos su pasión por el cine, pero ahora se dedica al jurista y nuestro autor se encandila en el derecho moderno, en la ética que le corresponde en cuanto valores consustanciales, que dan sentido igualmente moderno al mismo Derecho. Sin embargo nos ha ilustrado, la historia judicial que es una historia de amor, en Ciriaco de Urtercho, litigante por amor. Cuando nos habla de la escritura por la libertad de Dionisia, confiesa que volvió a confiar en que el Derecho también es fuente del amor por la historia. Es decir una historia de amor frente al Derecho Colonial que es la confrontación del valor amor y libertad (ella era una esclava) y el valor propiedad. Los lectores encontrarán, estoy seguro, como nosotros que el matiz de la Mujer-Objeto más que una disputa judicial es el inicio de la reflexión filosófica que trasciende aun el antropologismo.
Quizás si la parte del libro que va más allá de ilustración, sea el tono admirativo e igualmente profundo sobre Mariátegui, a quien ha dedicado más de un estudio, pero creemos que Gilles Deleuze es la condensación de su propia visión filosófica, porque confiesa en esa filosofía el caos es más familiar que el cosmos, ese último humanamente compuesto, por eso alude a esta crasis: caosmos. En otra parte la llama filosofía vital, lejos o cerca, quizás, del vitalismo bergsoniano. Al plantear, como Deleuze, ¡Hagan rizoma y no raíz!, especula con lo rizomático como sistema acentrado, no jerárquico, no significante (…), si lo califica como nietzscheano de fuste, no podía dejar de lado a quien considera el Primer Pensador Posmoderno (calificación de Vattimo), el genial descubridor de Zarathustra, Friedrich Nietzsche, a quien cita: Toda conquista, todo paso adelante en el conocimiento es consecuencia del valor, de la dureza consigo mismo, de la limpieza consigo mismo. Este breve, pero singular comentario tiene el sello del sentir de nuestro autor. Igual de evocativo es su encuentro con Foucault a quien denomina El último mandarín, como extensión de aquella trilogía, encabezada por Sartre, en el libro de Simone de Beauvoir, Los Mandarines, lo que equivale a destacar el flujo de su pensamiento, analizado el Poder-Saber, la lucha contra el poder, en el orden del saber, del discurso, de la conciencia y hasta nos ilustra con la frase de un genial cineasta japonés, Kurosawa: En realidad, tengo una sola seguridad y es que la maldad de los hombres deriva del poder.
Como no podía faltar en este recuento de su propia trayectoria intelectual, ha colocado a Borges, me atrevo a parafrasear a Bergman, en el séptimo sello, esa confrontación tan cara (recuérdese sus sonetos al Ajedrez) con el destino a espaldas de un dios que guarda silencio (el abconditus de Pascal o el que muere en Zarathustra), porque bien lo destaca, es profético: desentrañador de arcanos, el genial escritor que luché contra su propia metafísica, de sus confundidos yos tan especular como Lacan preconiza y que para J.C Valdivia se emparenta con Spinoza, porque se debe, ni solo pensar lo que quiera, sino decir aquello que se piensa, y eso equivale a promover el respeto por el individuo y la libertad de pensamiento. Su escepticismo e rubricado con esta frase, la muerte es más verosímil que la vida.
Por último, al leer estos breves ensayos, quizá dispares, pero orgánicos, nos queda la certeza que cuando apelamos a la ficción, el Yo enunciador s disfraza o esconde tras un personaje, pero cuando se escribe una prosa reflexiva, donde el tema nos parece externo, es cuando el Yo parece nítidamente y rehuyendo la ficción, sea parece tal cual es, se transparenta. Este es el caso de Juan Carlos Valdivia, al leer este libro lo conocerán verdaderamente, porque es su pensamiento, que lo obliga a reflotar su personalidad.